Antonio Herrera Ortiz,En busca del Hermano Cirilo.Parte ( 7 )
Recuerdos y anécdotas de mi niñez
Otros de los juegos estelares para niños sencillos y rurales que éramos en 1965,
era jugar a las chapas, que cogíamos del campo de feria en la Corredera,
o a las canicas, con bolas de acero de los cojinetes.
Y, sobre todo, jugar y jugar, porque la niñez está repleta de interminables tardes primaverales y de estíos, nunca de otoños e inviernos recios, enemigos de niños y viejos.Sobre la casa, la sombra de un magnífico castaño lleno de gallinas ponedoras. A recoger la puesta diaria, solía acercarse una vieja vestida de riguroso negro y con bata tan larga que le tapaba los tobillos, abuela de los ovejeros que vivaqueaban por el lugar, y a la que yo determiné espiarla por si era una bruja. Mientras tanto, me encantaba tumbarme para soñar, en el patinillo de la casa, boca arriba para poder así apreciar por la espalda, el calorcito vespertino que desprendían los ladrillos fregados con esmero por la aljofifa de mi hacendosa tía. A lado del gallinero, existía un columpio, entre dos grandes palos en donde me sentía viajar suspendido por las nubes, cuando daba vueltas y vueltas, enredado en la cadena, mareado por la vitalidad de mi niñez. Pero los juegos de verdad se ubicaban en los alrededores del cortijo, con la chiquillería que vivía allí, hijos de los gañanes, cercana ya la anochecida, para caer rendidos en la cama por jugar a la billarda, al marro, al burro, al “arreón”, que consistía en pegarnos con una correa que se escondía hasta que alguien la encontraba y arreaba sin maldad a los demás participantes.
Y ni te cuento del sabor a guisos y comidas que jamás había probado, que nunca había olido como en aquella primera primavera, en la que sentí que yo era yo. Los pastores, portadores de palabras extrañas, como chozos de escobones, y que yo no entendía cómo las escobas de barrer servían para hacer chozos, hasta que me explicaron que el escobón es la retama y me enseñaron las chozas que transportaban los mismos ovejeros, como si fueran tiendas de campaña, para vigilar la majada, que se quedaba en las brañas o pastos de verano, y que también cocinaban una serie de manjares. Chozo vivac de retama Y que probé por primera vez, como la “lechelá”, es decir, “leche helá”, que consistía en raspadura de barra de nieve, que mantenían sin fundirse envuelta en una arpillera, mezclada con leche de cabra recién ordeñada y con mucha azúcar en rama. Se me hacía agua el paladar con la “leche merengada” especiada de canela, o por las gachas o “espoleas” y, por supuesto, por las exquisitas migas pastoriles con granos de granadas.Todo esto lo probé allí en el campo lujurioso de flores por la primavera que rebosaba, y competían ciertamente aquellos olores y sabores nacidos en los fogones rupestres, con los otros olores agridulces de los melones que estaban recogidos bajo los camastros de colchones de foñisco de la casa de mi tío, o las ristras de ajos colgadas de la techumbre, el sabor de los torreznos y chorizos al infierno y, de las “rebanás” de pan de teleras guardadas en tinajas; o con la blanca cuajada, leche cortada con el cuajo. ¿Sabes de dónde se saca la levadura del pan?, pues del cuajo o estómago de un chivito de pocos días. Y de quesos frescos sin sal para untarlo con meloja, como postre, o salados para comerlos con cantos de aceite, para las meriendas-cenas, con que nos alimentabamos. Y, por supuesto, la sabrosísima “leche frita”. Eso sí que era un misterio para mi ¿cómo se freiría un líquido?
Próximamente
Algunos objetos de clase y juegos en el recreo en tiempos del H.Cirilo…
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